Zeus, el soberano de los dioses

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Zeus es la divinidad más importante de todo el panteón griego. Era conocido como el padre de los dioses, soberano de mortales e inmortales. Zeus es el dios soberano, aquel ante el que todas las criaturas, humanas y divinas, se someten. Su ámbito de influencia es el cielo en todas sus manifestaciones: la luz, las nubes, las tormentas y los truenos. Portando su cetro y sentado en su trono, Zeus rige los destinos del universo, en ocasiones benévolo, en ocasiones implacable. Sin embargo, las debilidades humanas también hicieron presa a menudo en este dios todopoderoso, tal y como demuestran sus frecuentes infidelidades amorosas.

NACIMIENTO E INFANCIA

El dios Crono, señor del tiempo, hijo y asesino del dios Urano, había escuchado un oráculo según el cual él mismo sería destronado por uno de sus propios hijos, tal y como el mismo Crono había hecho con su padre. Para evitar el cumplimiento del oráculo, Crono decidió devorar a todos los hijos que engendrara su esposa Rea. De este modo, el dios se comió a Deméter, Hera, Hades y Poseidón recién nacidos. La diosa Rea, harta de ver cómo toda su progenie moría tras el parto, decidió urdir un engaño contra su esposo: daría a luz en secreto al siguiente y entregaría en su lugar a Crono una piedra envuelta en pañales para que la devorara. El engaño surtió efecto. Crono se tragó la piedra convencido de haber devorado a uno de sus hijos. El recién nacido Zeus fue ocultado por su madre en la isla de Creta, donde fue criado, según las diversas tradiciones, por la cabra Amaltea, la ninfa Adamantea o la ninfa Cinosura. Los autores antiguos difieren también en el modo en el que se ocultó a Crono la existencia de su hijo durante la infancia del dios. Según algunos, los curetes o coribantes, bailaban y golpeaban los escudos en torno al bebé para que no se escucharan sus llantos. Según otros, dado que Crono era el soberano del cielo y la tierra, se colgó la cuna del niño de la rama de un árbol, de forma que estuviese a medio camino entre el cielo y la tierra y pasara desapercibido a su padre. De este modo pasó la infancia de Zeus, que creció como un niño fuerte y vigoroso.
Una vez llegó a la edad adulta, Zeus decidió enfrentarse a su padre Crono y reclamar el trono que le correspondía. Tras derrotarle, obligó a su padre a que vomitara a todos los hijos que había devorado. Cronos regurgitó a todos los hermanos de Zeus: Hades, Poseidón, Hestia, Hera y Deméter. Junto con sus hermanos, Zeus inició una larga guerra, la Titanomaquia, para arrebatar el control del universo a los titanes, aliados de Crono. Los titanes fueron derrotados y confinados en la región más profunda del infierno, el Tártaro. Una vez consolidado su poder, Zeus s repartió el universo con sus hermanos varones. A Poseidón le concedió el gobierno de los océanos y las aguas. A Hades el mando sobre el mundo de los muertos. Para sí mismo, Zeus se reservó los cielos y el título de soberano, padre de dioses y hombres.

RELACIONES Y DESCENDENCIA

Hera, diosa del hogar y la estabilidad familiar, es la esposa legítima de Zeus. Sin embargo, los múltiples escarceos amorosos del soberano de los dioses generaron una gran cantidad de mitos y leyendas en los que ésta es presentada como una mujer celosa y vengativa frente a un esposo caprichoso incapaz de refrenar sus apetitos sexuales. De la gran cantidad de vástagos que Zeus engendró, sólo uno aparece en todas las fuentes antiguas como hijo de Hera: Ares, dios de la guerra. La mayoría de autores atribuyen también a Zeus y Hera la paternidad de la diosa Hebe, mientras que se dividen a la hora de afirmar si Hefesto era también hijo de los dos o e Hera en solitario.
La mayor parte de la descendencia de Zeus fue engendrada con diversas amantes, tanto diosas como mortales.

ZEUS Y LETO
Leto era una divinidad menor que, tras un encuentro sexual con Zeus, quedó encinta de dos gemelos, los futuros Apolo y Artemisa. Al descubrir la nueva infidelidad de su esposo, Hera amenazó con descargar su ira sobre la tierra que acogiera a Leto para dar a luz. La joven inició entonces un largo peregrinaje por diversas regiones, pero en todas ellas, temerosos de despertar la cólera de Hera, rechazaban darle acogida. De este modo, Leto llegó a la isla errante de Delos, un lugar que cambiaba constantemente de posición en el mar y que, en consecuencia, podía escapar con más facilidad de la venganza de la reina de los dioses. En esta isla Leto dio a luz a dos mellizos, Apolo y Artemisa. Agradecido por haber acogido el nacimiento de sus hijos, Zeus puso fin al peregrinar eterno de la isla de Delos y la fijó en el Océano, protegiéndola de las posibles represalias de la diosa Hera. Posteriormente, la isla de Delos fue consagrada al culto al dios Apolo y llegó a convertirse en uno de los santuarios más importantes de esta divinidad.

ZEUS Y ALCMENA
Alcmena, hija del rey de Micenas y esposa de Anfitrión, fue una de las más célebres amantes de Zeus al haber engendrado de éste dios a uno de los héroes más carismáticos del panteón griego, Heracles. Para seducirla, Zeus se transfiguró a sí mismo con la forma de Anfitrión, esposo de la joven, que en aquel momento se encontraba dirigiendo sus ejércitos lejos de su patria. Alcmena, creyendo que era su esposo quien acudía a su lecho, se entregó a él. De este modo, en los meses siguientes engendró en su vientre a dos hermanos. Uno de ellos, Herácles, surgió de la semilla de Zeus, mientras el otro, Ifícles, procedía de la unión con Anfitrión.
Al enterarse de que Alcmena estaba embarazada de Zeus, la diosa Hera, furiosa por los celos, decidió malograr el parto. Sin embargo, una sirvienta de la princesa convenció a la diosa de que el parto ya había tenido lugar, ganando tiempo de este modo para que su señora diera a luz a sus hijos sin peligro. Al enterarse del nacimiento de Heracles, Hera convirtió a la sirvienta en comadreja, como castigo por su participación en el engaño.

ZEUS Y DÁNAE
Acrisio, rey de la ciudad de Argos, desesperado ante la imposibilidad de engendrar descendencia masculina, decidió consultar a un oráculo para averiguar cómo poner remedio a aquella situación. El oráculo le vaticinó que la descendencia masculina le llegaría en forma de nieto, a través de su hija Dánae, pero que el hijo de ésta sería la causa de la muerte del propio Acrisio. Asustado ante esta profecía, Acrisio decidió encerrar a su hija Dánae en una torre, para evitar que tuviera contactos con hombre alguno. Sin embargo, el dios Zeus se fijó en la belleza de la joven, y, para burlar la vigilancia de su padre, se unió a Dánae en forma de lluvia de oro. La princesa quedó embarazada y a los nueve meses dio a luz al hijo de Zeus, el pequeño Perseo. Para no incurrir en la cólera del soberano de los dioses, Acrisio, enfurecido ante el engaño, decidió no quitar él mismo la vida a su hijo y a su nieto. En lugar de esto metió a ambos en un arca cerrada y arrojó ésta al mar, para que ambos se ahogaran. Sin embargo, el dios Poseidón, a petición de Zeus, hizo que unas suaves olas llevaran el arca hasta la costa, de modo que la joven y su bebé salieron indemnes. Años después, el héroe Perseo cumpliría la profecía del oráculo al matar por accidente a su abuelo en una competición atlética, alcanzándole con una jabalina.

ZEUS Y IO
Io era una princesa, hija del rey de Argos, que había sido seducida por Zeus. En uno de sus encuentros sexuales, Hera estuvo a punto de descubrir en pleno acto el adulterio de su esposo. Sin embargo, en el último instante, Zeus convirtió a Io en una ternera blanca. Sospechando del engaño de su esposo, Hera pidió a Zeus que le regalase el animal como prueba de fidelidad, petición a la que el dios no pudo negarse. Hera recluyo a la princesa transformada en ternera en una gruta donde Zeus no pudiera encontrarse con ella, y para defender la entrada de la cueva pidió al monstruo Argos, una criatura con cien ojos, que la vigilara día y noche. Tiempo después, Zeus localizó a la joven y pidió a su hijo Hermes que acabara con el monstruo Argos. El dios mensajero cumplió su misión y liberó a la joven después de acabar con la vida de la bestia. Cuando Hera descubrió el cuerpo de Argos decidió premiar su fidelidad convirtiendo sus múltiples ojos en el adorno de la cola de su animal sagrado, el pavo real.
La cólera de Hera contra la princesa Io no terminó con la muerte de Argos. Resignada a no poder tenerla en cautiverio, Hera envió un enorme tábano para que atormentara día y noche a la ternera. Desesperada, Io inició un peregrinaje por las costas del Mediterráneo tratando de escapar de las picaduras del tábano. En su largo camino, Io sufrió todo tipo de penalidades, hasta llegar a Egipto, donde se convirtió en sacerdotisa de la diosa Isis.

ZEUS Y EUROPA
La princesa Europa era hija del rey de Tiro, una de las ciudades fenicias más poderosas del Mediterráneo oriental. El dios Zeus, prendado de su belleza, decidió seducirla. Para ello, tomó la forma de un hermoso toro blanco, y, camuflado como este animal, se mezcló entre las reses propiedad del rey de Tiro que pastaban cerca de la costa. La princesa Europa se encontraba paseando por la playa cuando divisó entre el ganado al espléndido toro blanco. Atraída por su belleza, la joven se acercó al toro y comenzó a acariciarle el lomo y la cabeza. El animal se dejó tocar por la joven y le ofreció su lomo para que ésta montara sobre él. Divertida, la princesa se subió sobre el animal, creyéndole inofensivo. En aquel momento, el toro se lanzó en una cabalgada que no se detuvo ni al llegar a la costa: Zeus continuó corriendo sobre las olas del mar, llevando consigo a la aterrorizada Europa. Ambos atravesaron las aguas hasta llegar a la isla de Creta, lugar donde Zeus le reveló a la joven su auténtica forma. Europa, fascinada ante la belleza del dios, quedó prendada al instante y se convirtió en la amante del padre de los dioses. Éste, a cambio, tras hacerle numerosos regalos, la convirtió en la primera reina de Creta, iniciándose con ella una larga dinastía de reyes cretenses.

ZEUS Y SÉMELE
Después de ser seducida por Zeus, Sémele, princesa de Tebas, quedó encinta. Hera descubrió la nueva infidelidad de su esposo y, como era habitual en los mitos clásicos, decidió cobrarse su venganza en la figura de la amante. La diosa se hizo pasar por una sirvienta de Sémele y la convenció de que pidiera a Zeus que, como prueba de que su amor era verdadero, se presentase ante ella en el apogeo de su esplendor, sin cubrirse con disfraces ni transformaciones mortales. Sémele, engañada por Hera, hizo que Zeus jurara por la laguna Estigia que le concedería cualquier petición que ella le hiciera. El dios accedió, sin darse cuenta de que aquel juramento supondría la muerte para su amada. Sémele le pidió al dios que se presentara ante ella en su verdadera forma, y Zeus, obligado por el juramento, tuvo que acceder. La luz que irradiaba el dios abrasó a la joven Sémele, que murió al instante. Para evitar que el hijo que la princesa albergaba en su interior corriera la misma suerte, Zeus tomó el feto y lo cosió a su propia pantorrilla, de modo que terminara la gestación en su propio cuerpo. Meses después nació un bebé que recibió el nombre de Dioniso, “el nacido dos veces”.

ZEUS Y METIS
El personaje de Metis resulta controvertido por la variedad de fuentes que nos hablan acerca de ella de forma contradictoria. Para algunos, esta titánide, hija del Océano, fue la primera compañera del dios Zeus, a quien ayudó a destronar a su padre Crono. Fue Metis quien logró que Crono vomitara a los hermanos de Zeus, haciéndole beber una pócima mediante un engaño. El papel tradicional de esposa de Zeus es, sin embargo, atribuido a su hermana Hera, por lo que algunos han deducido que Metis sería una divinidad muy antigua que poco a poco fue perdiendo importancia en el Panteón griego. Todos los autores antiguos coinciden, sin embargo, en señalar a Metis como la madre de la diosa Atenea. Estando embarazada de esta diosa, Metis pronosticó a Zeus que engendraría una hija que le destronaría. Por este motivo, Zeus devoró a la propia Metis, sin tener en cuenta que el feto seguiría desarrollándose en el interior de su propio cuerpo. De este modo, la diosa Atenea fue creciendo en la cabeza de Zeus, provocando al soberano de los dioses unos intensos dolores. Zeus, deseando acabar con aquel suplicio, pidió a Hefesto que le golpeara la cabeza con su hacha para dejar salir lo que quisiera que estuviera causándole aquellos dolores. Hefesto obedeció, y de la herida abierta en la cabeza de Zeus surgió la diosa Atenea, ya adulta, ataviada con su armadura completa y portando una lanza y un escudo.

ZEUS Y CALISTO
Calisto era una joven cazadora del cortejo de Artemisa, y como tal había jurado conservar su virginidad para seguir disfrutando de la amistad de esta diosa. Sin embargo, el dios Zeus se encaprichó de ella y, haciéndose pasar por la propia Artemisa, se acercó a la joven y la violó. Calisto quedó de esta manera embarazada del rey de los dioses. Aunque la joven trató de ocultar su estado a Artemisa, la diosa acabó por descubrir que la joven había violado el juramento de permanecer vírgen y, como castigo, transformó a Calisto en una osa y la expulsó de su cortejo. Calisto dio a luz a un bebé al que llamó Arcas, fundador de la estirpe de los arcadios. Para compensarla por sus sufrimientos, Zeus recompensó a Calisto convirtiéndola tras su muerte en una constelación, la Osa Mayor.

ZEUS Y LEDA
La historia de la princesa Leda y su seducción a manos de Zeus está directamente relacionada con los orígenes de la guerra de Troya. Aunque las fuentes discrepan en los detalles, la mayoría de los autores antiguos coinciden en que la joven, esposa de Tindáreo, rey de Esparta, fue violada por Zeus mientras ésta paseaba a orillas del río Eurotas. Para lograrlo, Zeus se transformó en un hermoso cisne que fingía estar huyendo del ataque de un águila. La joven permitió que el cisne se posara sobre su regazo, hecho que aprovechó el dios Zeus para violentar a la muchacha. Aquella misma noche, Leda yació también con su esposo Tindáreo, por lo que quedó en cinta de varios de dos padres, uno divino el otro mortal. De Tindáreo engendró a Clitemnestra y a Cástor, mortales ambos. De la semilla de Zeus, Leda parió un huevo blanco, del cual a su vez salieron dos hermosos mellizos, Helena y Pólux. Tindáreo cuidó a los cuatro hermanos como si fueran sus propios hijos. Cástor y Pólux fueron finalmente divinizados por Zeus y convertidos en la constelación de los Gemelos. Helena y Clitemnestra, a su vez, se casaron con dos hermanos, hijos del rey Atreo de Micénas: Agamenón y Menelao.

ZEUS Y GANIMEDES
Zeus no sólo escogió a sus amantes entre el sexo femenino, sino que sus inclinaciones le llevaron en ocasiones a escoger muchachos jóvenes como el objeto de su deseo. El más celebre de los amantes de Zeus es el joven Ganimedes, príncipe troyano, hijo del rey Laomedonte. La belleza de Ganimedes era tal que el dios Zeus decidió raptarle y llevarle con él al Olimpo, haciendo al joven inmortal para que estuviera a su lado sin envejecer y sin perder sus atributos. Para ello, estando Ganimedes en el monte Ida, Zeus se convirtió en un águila gigantesca que con sus garras arrebató al joven hacia los cielos. Una vez en el Olimpo, Ganimedes se convirtió en el amante de Zeus, además de cumplió la función de ser su copero particular en los banquetes.

ZEUS EN EL CICLO TROYANO

El papel que juega Zeus en el ciclo troyano, tanto en la Ilíada y la Odisea de Homero como en las obras posteriores de otros autores que tocan este tema, es el de un juez imparcial que observa con atención el desarrollo de los acontecimientos sin intervenir en momento alguno. Esta imparcialidad es motivo de irritación para muchos dioses implicados en la guerra, que con sus ruegos y súplicas tratan de mover a Zeus a que tome partido por uno u otro bando. Sin embargo, el rey de los dioses permanece ajeno a estas peticiones, a sabiendas de que hay una autoridad superior a la suya, el Destino, que ni él mismo podría doblegar con su intervención. Zeus sabe que la caída de Troya y la muerte de sus héroes tienen que producirse para cumplir el Destino marcado.
Como juez, la actitud de Zeus oscila desde una permisividad limitada para que el resto de los dioses participen en el desarrollo de la guerra hasta una firme prohibición de que ningún inmortal tomara parte en los combates. La lucha de los dioses narrada por Homero en la Ilíada, la Teomaquia, tiene lugar sólo porque Zeus lo consiente, y en el momento en el que el rey de los dioses lo ordena, todas las divinidades se retiran raudas del campo de batalla para regresar al Olimpo. Una vez allí, y también por orden de Zeus, todos los dioses se reconcilian y celebran un gran banquete, demostrando que los problemas de los hombres no afectan en realidad a los inmortales.
Una muestra de la actividad de Zeus como juez imparcial en la contienda la encontramos en el momento en el que Aquiles y Héctor se enfrentan en un combate definitivo. La lucha comienza muy igualada para los dos contendientes debido a la semejanza de sus fuerzas. Sin embargo, Zeus pesa el destino de ambos héroes en una balanza y, de este modo, la suerte de Héctor queda echada. Es Aquiles quien debe alzarse con la victoria, mientras el príncipe troyano debe morir. Para cumplir el Destino, Zeus infunde un miedo sobrenatural en el cuerpo de Héctor. El héroe teucro sintió en ese momento que el valor abandonaba sus miembros y que una necesidad imperiosa de escapar dominaba su mente. Poseído por este miedo, Héctor trató de alcanzar las puertas de Troya, buscando refugio en sus murallas, pero Aquiles aprovechó la huida para clavarle la lanza en la espalda. De este modo, Zeus intervino en el combate para sellar el Destino de Héctor, como juez imparcial pero al mismo tiempo, implacable.

ÁMBITO DE INFLUENCIA Y CULTO

Los cultos dedicados a Zeus fueron muy distintos y variados dependiendo de la zona del Mediterráneo en la que se desarrollaran. En general eran cultos con un componente político muy importante, bien de cohesión de comunidades y polis, bien más complejos, como el caso de Zeus Olímpico. Este último reunía cada cuatro años en la ciudad de Olimpia a representantes de todas las polis griegas, que celebraban de este modo la pertenencia a una cultura común que estaba por encima de rivalidades bélicas y políticas. De hecho, durante la celebración de estas fiestas en Olimpia, se interrumpían todas las guerras y la paz reinaba en la Hélade. El culto a Zeus Olímpico giraba en torno al gran templo erigido en el centro del santuario, cuyo interior albergaba una estatua colosal del dios. Junto al templo había un altar hecho con las cenizas acumuladas de los anteriores sacrificios de animales, degollados y quemados en honor a Zeus.

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